Nos ponemos audífonos, le damos play a la lista de reproducción y después de un rato empezamos a mover el lápiz, o los pies, o ambos al ritmo de las canciones.
Llega la noche, salimos a un club, cerramos los ojos y nuestra imaginación vuela en el dancefloor hasta que amanece y volvemos a la realidad. Hemos bailado por horas y no podemos creer que la fiesta vaya a terminar.
Ahora, no todos han vivido esa conexión con la música electrónica o no la comprenden y ¡típico! llega alguien y nos pregunta por qué nos gusta esa música, ese sonido repetitivo que “siempre suena igual”.
Probablemente nuestra respuesta haya sido “por el ritmo” o “por lo que me hace sentir”… y no tuvimos la malicia de preguntar: “¿Y a vos por qué te gusta tanto ir al mismo lugar?” o “¿por qué siempre andás subiendo Stories?”.
La razón por la que nos encanta sumergirnos en nuestro playlist, por la que bailamos horas y horas sin cansarnos de ese ritmo característico de la música electrónica; por la que nos encanta volver al mismo lugar y por la que pasamos subiendo fotos en redes sociales, según Robert Wallace Fink, tiene que ver con la “cultura de la repetición”.
Fink, en su libro Repeating ourselves (2005), sugiere que en los períodos de postguerra del siglo XIX, se dieron todas las condiciones sociales y tecnológicas para que en la cultura occidental, se pusiera atención al arte de la repetición.
Pero, ¿qué tiene que ver esto con la música electrónica?

Un poco de historia
Fink asegura que la música electrónica es repetitiva. ¡Pero esperen! No saquemos conclusiones todavía. Él no quiere menospreciar la música que tanto nos gusta, más bien, intenta explicar por qué la música electrónica tiene tanto poder sobre nuestro cuerpo y mente.
Para este autor, la música electrónica es repetitiva porque sigue patrones rítmicos y siempre lleva un pulso regular marcado por el beat.
Para entender lo que dice Fink, el clásico de la música disco Love to Love You Baby sirve como un excelente ejemplo.
Para finales de los 70s, Love to love You Baby no paraba de sonar en los clubs de Estados Unidos y llegó hasta la posición número 2 en los Billboard Hot 100, compitiendo con artistas del calibre de Elvis Presley y The Beatles.
Fact
- Esta canción hizo historia no solo por ser uno de los primeros remixes producidos de larga duración, sino por los controversiales gemidos que se repiten durante toda la pieza.
Cerca de estos mismos años, compositores de música minimalista como Steve Reich, se acercaban a la cúspide de sus carreras con álbumes como el Music for Eighteen Musicians, que fue considerado uno de los 10 mejores álbumes pop de 1978 y vendió más de 100.000 copias.
Love to Love You Baby y Music for Eighteen Musicians fueron hitos de la música disco y minimalista que marcaron la época. La popularidad de estos géneros llegó a un punto de convergencia tal que en los top 10 de canciones, se hizo común ver La Quinta de Beethoven junto con [Shake, Shake, Shake] Shake Your Booty de KC and the Sunshine Band.
Este “encuentro de culturas” musicales, sumado a la creación de tecnologías electrónicas como el LP de Columbia y el Victor Record Changer de RCA (que facilitaban la reproducción de una o varias piezas musicales, una y otra vez a gusto de los usuarios) resultó en una nueva forma de expresión artística: la repetición.

(Fuente: Discogs/Sleeping Bag Records)
Disco, minimalismo y el deseo
Si tomamos como ejemplo la canción Love to love You Baby de Donna Summer y Giorgio Moroder, parece muy evidente que la música disco se caracteriza por ser apasionada, sugerente, seductora y sexy. (¿Otro ejemplo? – [Shake, Shake, Shake] Shake Your Booty, o de la misma Donna Summer, un éxito de todos los tiempos, “I Feel Love”).
Pero, ¿qué pasa con la música minimalista?
Según el famoso psicoanalista Sigmund Freud, la tendencia a la repetición es esencial a la psicología humana. Por eso, todos los días repetimos los mismos comportamientos: nos ponemos ropa, vamos al gimnasio, hablamos con la persona que nos gusta, etc.
Tenemos hábitos, rutinas y nos encantan las zonas de confort, porque la repetición nos ayuda a reducir la tensión de la incertidumbre; de “no saber qué va pasar”.
Pero el bienestar que genera la repetición, según Freud, se puede volver compulsivo, de manera que solo vamos a querer reducir las tensiones y nunca enfrentarnos a lo que causa incomodidad.
Críticos como el compositor belga Wim Mertens y el influyente filósofo Theodor Adorno, han considerado que el gusto por la música minimalista expresa una regresión a los deseos de placer más instintivos. Aquellos que buscan reducir las tensiones del ser humano al mínimo.
En un comentario para la revista Rolling Stone (1979), sobre Music for Eighteen Musicians, John Rockwell señala que la música occidental hasta la fecha, había tenido una visión predominantemente machista, orientada hacia un único momento de clímax, como una metáfora del orgasmo masculino.

Rockwell continúa diciendo que la música minimalista vino a desafiar el concepto de música orientada al clímax, para darle mayor cabida a la sensibilidad y las sensaciones.
Susan McClary, una experta en estudios culturales, pionera de la Musicología Feminista, concordó con Rockwell y aseguró que la estética musical mainstream había sido determinada históricamente por hombres europeos heterosexuales.
La música minimalista, de acuerdo con McClary, se presentó como una oportunidad de experimentación para las compositoras mujeres, que tenían mayor interés en comprender el proceso de construcción del deseo, el placer prolongado y la energía constante.
Así, el concepto de música minimalista se llegó a asociar con la sexualidad femenina, cuyos patrones son cíclicos, difusos, cambiantes y fluidos, en contraste con la unidireccionalidad del falo masculino. La fusión del estilo minimalista con la sensualidad de la música disco, abrió espacios para nuevos públicos, no europeos, no masculinos, no blancos.
Es por eso que en el dancefloor nos encontramos con personas que se expresan, incluso, de manera extravagante: porque la comunidad se construyó sobre principios de apertura, libertad, fluidez, disidencia, experimentación y placer.
Just as some sorts of Oriental sex are more concerned with the meditative aspects of sensation than with pumping to a climax.
[Justo como algunos tipos de sexualidad Oriental que se interesan más por los aspectos meditativos de la sensación que por llegar al clímax]
John Rockwell (1979), “Steve Reich and Philip Glass Find a New Way”, Rolling Stone.
La intención de la música electrónica no es seguir la estructura narrativa clásica, con un planteamiento, un clímax y un desenlace. Trata más bien de vivir un proceso, que nos lleva por varios momentos de altos y bajos. Un constante planteamiento sin desenlace.
Es una travesía en la narrativa musical, que nos permite experimentar nuestros cuerpos una y otra vez al límite del clímax y al mínimo de las tensiones, dirigidos por el marcado pulso del beat.